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    2019-05-13

    Queda aún por explicar la actitud favorable de Lope de Aguirre hacia la Orden mercedaria. Ésta fue una de las primeras corporaciones religiosas que arribaron corticotropin releasing factor Perú para la empresa evangelizadora y —junto con la de los dominicos— rápidamente adquirió preponderancia e influjo social, pues ambas tenían encomiendas en diversas partes del territorio. Dedicados por voto a la redención de cautivos, los mercedarios podían hacer colectas de fondos, así que no eran mendicantes ni recibían subsidios de la Corona. Todo esto les daba margen al desarrollo de ciertas actividades mercantiles limitadas, sobre todo la compraventa de caballos para uso personal y la concesión de pequeños préstamos, aunque lo cierto es que se inmiscuían en negocios mayores. Quizá los más de 20 años que Lope de Aguirre dedicó en el Perú a la doma de potros, o como decía, en “hacer caballos suyos y ajenos”, le haya dado ocasión de tratar de cerca a los hermanos de la Merced y de hacer contratos o de entablar relaciones más personales con ellos. La soberanía y autoridad de la Corona aparentemente se reinstauraron con el arribo del marqués de Cañete, pero en realidad fue el régimen del virrey Toledo (1569-1581) el que logró diseñar y aplicar políticas eficaces que sentaron las bases de un auténtico orden político y social en el Perú. La consigna prioritaria de Toledo fue someter de una vez y para siempre a la casta conquistadora, a los indómitos soldados de fortuna, como Lope de Aguirre, el autonombrado “fuerte caudillo de los marañones”.
    COLOFÓN Sin embargo, casi todos dirigen su atención a lo violento e inusitado de sus acciones. Así se le delineó en principio el perfil de un réprobo, una suerte de demonio, que intentó subvertir la república cristiana, un orden político de inspiración divina. Para sus contemporáneos, Aguirre no fue sino un criminal de lesa majestad que se atrevió a desafiar a su monarca y que no titubeó en masacrar y vejar a quienes se opusieron a sus proyectos. Mucha de la literatura posterior lo ha tachado de ambicioso, de iluso o de loco, una especie quijotesca, tardía y estrambótica. No obstante, mi parecer es que la “gesta” de Aguirre debe enfocarse en un horizonte rigurosamente histórico, mediante el análisis de su ideario y de los valores de la cultura política de su tiempo. En el Perú de la primera mitad del siglo xvi se llevó a stigma efecto un complejo proceso de incorporación política, administrativa, judicial, fiscal y cultural al imperio hispánico. Si en las primeras tres décadas la representación de poder recayó en la fuerte presencia de los conquistadores-encomenderos, en la segunda mitad del siglo se erige y consolida un marco institucional de letrados-oficiales que encarnan la jurisdicción regia. A Aguirre le tocó vivir esta etapa, aquella en la que Felipe II desplegó los mecanismos necesarios para impedir el afianzamiento y perpetuación de un régimen señorial en ultramar que beneficiara a los viejos conquistadores. El ideario político de Lope de Aguirre quedó plasmado en las referidas tres cartas que dirigió respectivamente a un religioso, a un gobernador y al propio rey de España. Textos que pueden clasificarse en el marco del alegato jurídico o testimonial y que, en consecuencia, no pueden ser imparciales (si es que algún texto de cualquier época y autoría verdaderamente lo es). En ellas el autor expresa su propia percepción de la realidad, la forma en que él se la representaba, los significados que le atribuía y las modalidades en las que la interpretaba. Y esto no puede considerarse una obra de ficción o de locura; con mayor propiedad, se diría que lo que él forjó fue una contraimagen, una imagen “en negativo”, o invertida respecto de lo que veía desarrollarse en su presente. He traído a colación las afirmaciones anteriores, porque me parece que ciertas valoraciones de algunos autores actuales, y en particular de críticos literarios, debieran matizarse. Ellos suelen tipificar a los testimonios de los hombres de armas y cronistas de la época del descubrimiento y conquista como obras de “invención” o de “creación” y no como escritos históricos que arraigan en los hechos.